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  • Foto del escritorIrene Adler

¿Te ha gustado, profesor?

Tus ojos siguen el movimiento de mis dedos que recorren despacio mi jugoso sexo. Dulces ondas de placer nacen en mi vientre y se expanden por mi cuerpo con cada caricia. Me estremezco y siento la humedad que se derrama entre mis piernas.


Y tú me miras, inmóvil. Me miras con el ceño fruncido, los ojos brillantes de deseo, la mandíbula apretada. Me miras mientras juego conmigo misma delante de ti y me sigues mirando porque no puedes hacer otra cosa. Tienes la polla dura. Casi la siento palpitar bajo tu pantalón. Casi deseo bajarte la bragueta, agarrar tu miembro ardiente y deslizar la punta de mi lengua por tu hinchado glande. Casi me decido a hacerlo, pero no. Permanezco sentada sobre tu mesa con las piernas abiertas, masturbándome para ti. No es cómodo, ¿sabes? La madera es demasiado dura y la postura, aunque sexy, es incómoda. Me duele un poco la espalda de arquearla para que la falda no caiga de nuevo sobre mis piernas. Y tengo tanto calor… Me molesta el uniforme, pero no me atrevo a desnudarme más. La falda levantada, la camisa blanca desabrochada y abierta a medias para que veas mis tetas y el sujetador debajo de ellas, clavándose en mis costillas. ¿Te gusta el espectáculo? Lo hago para ti. Mis dedos juegan con los labios de mi coño, los abren para que puedas echar un vistazo a mi rosado y húmedo interior. Deslizo el dedo corazón hasta la entrada de mi vagina. Sé que deseas ver como se adentra en mí, como mi dedo se hunde hasta perderse en ese pequeño agujerito mojado, pero no lo hago. Jugueteo. Contigo, con mi coño, con mis dedos. Te provoco. Sabes que me encanta jugar. Me acaricio hasta que me tiemblan las piernas. Te escucho jadear mientras tus ojos persiguen los movimientos de mi uña, pintada de rojo oscuro, que traza espirales sobre mi clítoris y desciende de vez en cuando a la entrada de mi sexo para rodearlo lentamente, como una bola de golf que no se decide a entrar en el hoyo.


Deseas clavar tu lengua en mi coño. Me lo dicen tus ojos, ya que tú no puedes hablar. Pensabas usar esa mordaza conmigo, pero no soy tonta, profesor. Soy la alumna más lista, más juguetona y más caprichosa de toda la universidad, como ya deberías saber. ¿Cuántas veces has fantaseado con follarme sobre esta mesa? ¿Cuántas veces te has pajeado imaginando que me ponías contra la pizarra, que levantabas mi falda y me embestías, manchando mis tetas y mi uniforme de polvo de tiza? Yo también lo deseaba, profesor. Desde que nuestras miradas se cruzaron el primer día de clase. Tú supiste, al expulsarme, que yo te daría guerra. Yo supe al marcharme que deseabas arrancarme el uniforme y penetrarme aquí mismo, sobre tu mesa, delante de todos los alumnos. ¿Crees que no me di cuenta de cómo me mirabas al salir del aula? No soy tan inocente, profesor. Mi dedo se hunde en mi coño, desaparece entre mi carne, siento el calor de mi sexo a su alrededor, como mi piel lo abraza. Lo introduzco hasta la segunda falange y lo muevo: dentro, fuera, dentro, fuera, un poco más profundo esta vez… Escucho mis gemidos resonar en el aula vacía y me tumbo sobre tu mesa. Ya no me importa lo incómoda que es. Me froto el clítoris con la palma de la mano, mientras muevo el dedo dentro de mí. Lo introduzco todo lo posible, pero me sabe a poco y decido usar otro más. Dos dedos. Me follo con el corazón y el anular. Suficiente. Me llenan. Siento como mi coño aprieta mis dedos, obligándolos a entrar juntos, casi uno sobre el otro. Preferiría masturbarme con un juguete, es más cómodo, pero esto me da bastante placer. Tanto que se me escapa un grito. Te oigo gruñir. Seguro que me estás regañando por hacer demasiado ruido, pero ahora mismo no me importa que alguien nos pueda descubrir. Ahora mismo me desnudaría para ti y te montaría, te cabalgaría hasta que te corrieras dentro de mí, si me lo pidieras. Pero no puedes hablar. A pesar de que no me lo has ordenado, intento bajar la voz, pero soy incapaz de contener los gemidos que escapan de mi garganta. ¿Ves? Soy traviesa, pero también sé obedecer... Cuando me apetece. Cierro los ojos. Te imagino sobre mí, follándome mientras mis dedos se mueven frenéticos, saliendo y entrando. Me muerdo los labios para no gritar de nuevo y noto el sabor de la sangre en mi boca. Ya no puedo detenerme. Mi cuerpo tiembla, saco los dedos, empapados, unidos a mi coño por un delgado hilillo de mis propios fluidos. Ascienden hasta mi clítoris y comienzan a dibujar círculos sobre él. Arqueo la cintura, mi rodilla golpea un libro que cae al suelo, mi mano se crispan en un espasmo de intenso placer y mis dedos aceleran el ritmo de sus caricias. Vuelvo a apoyar la espalda contra la mesa. Quiero gritar, profesor, quiero dejar salir todo este fuego que inunda mi cuerpo… Mis músculos se tensan. Estoy a punto de explotar. Mis dedos no paran, me duele la muñeca de la tensión y la madera de la mesa se clava en mi columna, pero no soy capaz de detenerme. El orgasmo crece y crece, mi sexo se desborda, y mi cuerpo estalla como un globo de agua. Me muerdo los labios a tiempo de ahogar el grito que desea brotar de mi garganta. En cambio, gimo, gimo bajito, con el cuerpo temblando sobre tu escritorio, las piernas abiertas, los dedos mojados. Y tú me miras con el coño abierto para ti, palpitando por el orgasmo, mojando tu mesa con mis fluidos. Mi mano frena poco a poco hasta detenerse. Noto mi clítoris palpitar contra la yema de mis dedos mientras escucho mi respiración agitada. Sigo con los ojos cerrados, intentando calmarme, intentando sobreponerme al orgasmo que ha arrasado mi cuerpo. Me olvido incluso de ti, atado a tu cómoda silla de profesor. Me olvido de que me estás mirando. Cuando abro los ojos y me siento, ya no estás. No sé cuánto tiempo ha pasado, apenas unos minutos, menos de 10 seguro, no mucho más, pero la silla donde te había atado está vacía. O casi. Sobre ella descansa la mordaza que planteabas usar conmigo, abandonada. Antes de que pueda buscarte por el aula, siento tus manos rodear mis muñecas. Tienes las manos grandes. Con una te vale para sujetarme mientras me tapas la boca. Mi grito muere contra tus dedos. Siento tu aliento en mi cuello.

—¿Te has divertido? Me intento liberar, pero eres mucho más fuerte que yo.

—Si gritas, será peor —me adviertes y luego apartas tu mano de mi boca. —Sí, profesor —intento que mi voz suene cantarina, pero suena jadeante, asfixiada, débil. Me atas las manos a la espalda con las cuerdas que yo usé contigo. Aprietas los nudos tanto que me hacen daño en las muñecas, pero no me quejo. Me encanta que seas malo conmigo. ¿Cuántas veces he fantaseado con esta situación? Tiras de mi cuerpo hacia ti, mi coño deja un húmedo rastro sobre la mesa. Rodeas mi cintura con tus brazos para bajarme de ella. Pienso que me vas a dar la vuelta, que podré por fin mirarte a los ojos y saborear tus labios, pero apoyas la palma de tu mano en mi espalda y me obligas a inclinarme sobre la mesa. Mis tetas se aplastan contra tu escritorio, la madera está fría y un escalofrío recorre mi piel. Te noto detrás de mí, tu polla contra mi culo, la falda y el pantalón entre medias, una fina barrera que no evita que sienta el calor que desprende tu cuerpo. Me agarras de las muñecas y frotas tu abultado paquete contra mí. Siento el cosquilleo de mis fluidos al deslizarse unas gotas por mis muslos. Dios, ha sido un orgasmo tan intenso… Y ahora vuelvo a estar tan cachonda… Al fin, me levantas la falda y la colocas sobre mi espalda. Después tus grandes manos agarran mis nalgas y las acarician, ansiosas, las aprietan con avaricia. Tus dedos se clavan en mi tierna piel arrancándome un gemido, pero me ignoras y me abres para ti. Siento tu mirada en mi culo, en mi coño babeante. Deslizas tu lengua por ese valle, hacia arriba, de mi sexo a mi culo. Gimo cuando tu lengua comienza a lamer mi estrecho orificio, adentrándose en él. Un placer vibrante recorre mis piernas. Gimo, con la mejilla apoyada contra la fría madera de la mesa. Me arde la piel.

Paras pronto, muy pronto para mi gusto, quiero que me sigas comiendo, pero no protesto. Escucho como te bajas la bragueta. Luego el calor de tu polla paseándose por mi sexo, arriba y abajo, arriba y abajo, abriendo mis labios, ya húmedos por el orgasmo. Frotas tu polla contra mi coño, pero no la metes.

—Profesor…

Me muevo hacia atrás, hacia ti. Quiero sentirte dentro, pero tú te apartas, te alejas, retiras tu deliciosa polla de mi sexo y tu mano golpea de repente mi culo. Grito y con un gruñido me ordenas que me calle. Me das otro azote, duro, fuerte e inesperado. Noto en mi nalga la huella de tu palma, roja, ardiente, dolorosa. Pienso que ya está, que serán sólo dos azotes, un escarnio para que me porte bien, un pequeño castigo, pero tu mano vuelve a azotar mi culo otra vez, y otra más, y otra. Siento el ardor de tus azotes en mis nalgas, estoy a punto de suplicar que pares y entonces me agarras de la cintura y siento tu polla clavándose en mi culo, en ese agujerito cerrado que hace unos instantes penetró tu lengua.

Presionas ahí con la punta de tu polla, me atraes hacia ti y yo intento relajarme hasta que siento como te abres paso dentro de mí y un dolor sordo comienza a invadir mi maltratado culo.

Duele mucho. Tu polla es gruesa y aunque me follas despacio, el dolor solo parece aumentar más y más.

El ardor en mis nalgas ya ha desaparecido, superado por todo ese dolor que provoca tu polla dentro de mí. Gimoteo, pero no te detienes. Sabes que me duele, pero no paras. Y yo sé que te gusta e intento disfrutarlo contigo.

Me follas el culo despacio, a un ritmo constante y, poco a poco, comienzo a adaptarme al tamaño de tu polla y empiezo a gestionar el dolor, a tragarmelo, a disfrutar contigo. Gimo. Me siento llena de ti, quiero que pares y al mismo tiempo quiero más. Aceleras el ritmo de las embestidas. Te gusta verme disfrutar. Aprietas mi cintura. Cierro los ojos y todos mis sentidos se concentran en ti, en el choque de tu cuerpo contra el mío, en tu polla invadiendo y dilatando mi culo, en tus huevos chocando de vez en cuando contra mi chorreante sexo que, sí, se ha mojado más desde que has empezado a follarme el culo y ya deja caer hilillos de fluidos que resbalan por mis muslos.

Escucho cómo resuena por todo el aula el obsceno choque de nuestros cuerpos, la colisión de tu pelvis contra mis nalgas, tus jadeos entremezclados con mis gemidos.

—Me voy a correr —anuncio. Casi no puedo hablar, otro orgasmo está a punto de estallar de nuevo dentro de mí.

Te agarras con más fuerza a mi cintura y me embistes sin piedad. Tú también vas a correrte, vas a llenar mi culo con tu semen, vas a llenarme de ti…

Exploto pensando en ello, sintiendo tus embestidas, me corro con una mezcla de dolor y placer, un orgasmo que me destruye y hace que se me doblen las rodillas, pero tú me sostienes, me sujetas contra la mesa y me follas un poco más.

Gimo y gimo con el orgasmo expandiéndose por cada rincón de mi cuerpo, mi mente estalla y solo puedo pensar en ti. En polla taladrándome de placer.

Paras y me cubres con tu cuerpo. Te apoyas sobre mi espalda, sin aplastarme. Siento tu calor, tu aliento en mi nuca, tu polla en lo más profundo de mí, llenándome con tu esencia…

Un momento después te incorporas. Tu polla, ya menos hinchada, sale de mi culo y noto como gotea hasta el suelo. Me desatas y acaricias las huellas que ha dejado en mis muñecas la cuerda. Besas mis brazos, luego mis nalgas. Me duele todo, pero sobre todo el culo, que noto vacío después de que lo haya abandonado tu polla. Regresa el ardor y me siento tan cansada…

Me doy la vuelta y me abrazas. Me apoyo en tu cuerpo, en tu pecho, aspiro tu aroma, esa colonia que tanto me pone. Ahora también hueles a sexo y a mí.

¿Te ha gustado, profesor?

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