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  • Foto del escritorIrene Adler

La danza de las sombras

Siento mi sexo hinchado, palpitante, casi no puedo contener mis manos que se agarran desesperadas al marco de la puerta. Una caricia, solo una caricia, me pide, pero no puedo, no debo, no todavía, aquí no. Los veo. Sus siluetas, dos cuerpos que interpretan una danza descontrolada, desacompasada, y vibrante. Son sombras que gimen, tiemblan, se embisten, se enredan, se separan, regresan… Estoy parada en el pasillo del hotel, a mitad de camino de mi propia habitación, observándoles, espiándoles en silencio. Mis dedos se clavan en el plástico del marco de la puerta, lo arañan, deseando introducirse bajo mis pantalones y jugar, aliviar mi encendido sexo, pero no se lo permito, no me permito perder el control y los sigo mirando a ellos, a esas sombras, y íntima su danza de placer. Ahora la forma femenina se coloca encima. Es delgada y pequeña, más bajita que yo. Las manos de él recorren su cuerpo mientras ella le besa, luego se yergue sobre él, imponente como una amazona, una amazona de tamaño reducido, y se empala, lo monta, da brincos y él la sujeta de la cintura, la atrae hacia sí, la abraza y después la deja libre de nuevo para que se mueva sobre él. Arriba, abajo, arriba, abajo, veo sus pequeños pechos botar, él los agarra, los aprieta, arrancando un grito de la garganta de su amante, los suelta y ella continúa con sus saltos, lo cabalga incansable… Me siento como si estuviera viendo una película porno en directo y aún así no puedo apartar la mirada de esas sombras hipnóticas. Ella se detiene y él se sienta, la abraza, la besa, parecen un solo ser. Escucho sus voces susurrándose palabras que no alcanzo a entender… Y de pronto me siento sucia, me doy cuenta de la situación, de lo que estoy haciendo aquí, quieta, viendo a una pareja follar como una voyeur. Pero no es culpa mía, me intento convencer, son ellos, que se han dejado la puerta entreabierta, los muy despistados, debieron entrar con prisa y no se dieron cuenta de que la puerta no se cerraba del todo, de que unos pocos centímetros la mantenían abierta, dejando escapar sus gemidos por el pasillo. Hasta llegar a mí. Se me pone la piel de gallina mientras los miro, los escucho y casi los siento follar. Me encantaría estar ahí, con ellos en la cama, entre ellos, sintiendo el roce de sus cuerpos, sus caricias, sus sexos… Estoy cachonda y mojada. ¿Cómo no estarlo con semejante espectáculo? De nuevo me siento tentada de masturbarme aquí mismo, pero me contengo, me pueden pillar, manos quietas, no seas aún más guarra… Y, sin embargo, mi coño reclama mi atención, suplica insistente que lo calme mientras se hincha más y más con cada gemido de la pareja, palpita y se moja con cada embestida, deseando ser follado el también. De repente, un gritito recorre el pasillo y golpea mi sexo. El morbo, el deseo y la excitación, recorren mi cuerpo como una descarga eléctrica. No puedo apartar los ojos de ellos. La sombra del hombre coge a la mujer de la cintura y la tira a su lado sobre la cama, se coloca encima de ella, la inmoviliza boca abajo y la penetra. La mujer agita las piernas durante unos instantes mientras sus gemidos, ahogados contra el colchón, azotan mi sexo, pero poco después se queda quieta, escucho el placer escaparse de sus labios, jadeos ahogados que se mezclan con los gruñidos del hombre sobre ella. Y no puedo aguantar más. No son conscientes de mi presencia, están demasiado ocupados, así que me dejo llevar, una mano suelta el marco de la puerta y se desliza por mi cuerpo. Tengo los pezones duros, pero no les hago caso, los ignoro y sigo descendiendo. Siento el calor de mi piel y la humedad de mi coño a través de la tela del vaquero cuando me acaricio por encima de la ropa. El tanga estará empapado, lo sé. Aprieto, presiono, siento mis labios hinchados, constreñidos por el vaquero, me froto, pero no es suficiente para aliviar el ardor y ellos siguen follando delante de mí, siguen follando sin ser conscientes de la chica que los mira y se masturba al otro lado de la puerta. Frustración. Pierdo la cordura, mi mano se cuela bajo mi pantalón, por debajo del tanga, el cinturón se clava en mi muñeca, no puedo mover bien los dedos y aún así continuo hacia abajo, hacia la fuente de todo este ansia, de todo este anhelo, hasta el punto donde ahora se acumulan todas mis sensaciones. Me pellizco sin querer, pero al final la punta de mis dedos alcanzar mi sexo. Palpo carne ardiente, húmeda, resbaladiza y palpitante. Desabrocho con la otra mano el botón de los pantalones, liberando mi muñeca, y me masturbo más, más rápido, mis dedos no paran de acariciar mi clitoris, dibujan círculos y más círculos, una espiral de placer que crece y crece en mi vientre hasta que siento que me voy, que las piernas me van a fallar, que me caeré si sigo, pero tampoco puedo detenerme. Me hundo en una marea de espasmos, se me doblan las rodillas, mi cuerpo se derrumba, todo parece ondular a mi alrededor. Apoyo la mano en la puerta, pero no me sostiene, se abre, caigo al suelo y la luz del pasillo se derrama en la habitación. Las sombras se transforman en dos personas que me miran. Su piel brilla por el sudor, me doy cuenta de que ella tiene marcas rojas en los pechos, en el estómago, en el cuello, y él tiene demasiadas pecas manchando su espalda, como constelaciones en un cielo nocturno. Y ya no puedo pensar nada más. Cierro los ojos, apoyo la frente en el suelo, de rodillas, el culo alzado, los muslos temblando, la mano tensa, agarrotada sobre mi coño. Siento mi clitoris latir contra la yema de mis dedos mientras el orgasmo se apaga y lentamente abandona mi cuerpo. Abro de nuevo los ojos. No sé cuánto tiempo ha pasado. Lo primero que veo son unos diminutos pies con las uñas pintadas de un rojo intenso. Las piernas, delgadas, convergen en un coño depilado, rosado, casi infantil. Una cintura estrecha, una golondrina tatuada al lado del ombligo, unos pechos pequeños con marcas de arañazos, un cuello fino lleno de amapolas, huellas de besos y mordiscos que pronto pasarán del rojo al morado, y al fin llego a su rostro. Abro la boca mientras trato de ponerme en pie, sin dejar de mirarla a los ojos. Son verdes, brillantes, me contemplan con sorpresa, sin asco, diría que incluso con… ¿Regocijo? ¿Diversión? Su amante o su pareja o lo que sean me ayuda a levantarme del todo y me sostiene cuando me tiemblan las piernas, aún débiles del orgasmo que hace unos instantes arrasó todo mi cuerpo. Ni siquiera me había fijado en él, en la otra sombra, en el hombre que ahora cierra la puerta a mis espaldas.


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